¿Perderán el curso?

¿Perderán el curso?

Hablarán de estos días o meses hasta que sean abuelos y abuelas


Foto: Kelly Sikkema

Día a día vivimos el confinamiento. Y es viviéndolo que vamos conociendo qué pasa y qué nos pasa.
Y nos desanimamos. Y nos animamos. Y hablamos. Y callamos. Y hacemos… Y tenemos que pensar que aprendemos. Vivimos en la sociedad del hacer y ahora, excepto aquellos que tienen en sus manos los servicios esenciales, para actuar tenemos que parar. Una paradoja que nos cuesta mucho aceptar y que puede ser el gran aprendizaje que tendremos que sacar de esta situación. Va a costarnos más o menos, pero más doloroso sería pasar por todo esto sin avanzar socialmente.

Y ¿qué se dice de la escuela? Como si no hubiera suficiente con el sufrimiento que causan la enfermedad, el confinamiento, el trabajo, el bache económico individual y colectivo, y tantas cosas más que se nos han caído encima. Pues hay quien se preocupa por la educación de los más pequeños desde el paradigma de la vida que teníamos.

Niños y niñas necesitan, a poder ser, aire fresco para crecer. Tierra, agua, aire, amigos, maestros, retos, búsquedas, juegos, conversaciones y libros. Y las personas adultas, cuando es posible, necesitamos lo mismo. Pero la realidad se impone y hoy la vida ha cambado y nos ha cambiado.

Y ahora, ¿cuál es su escuela? Una muy parecida a la de los adultos. La de aprender a afrontar lo inesperado, lo que querrías hacer y no puedes, las posibilidades que no sabías que en casa tenías a mano, las relaciones intensas con aquellos a quien quieres, la creatividad del aburrimiento, la resiliencia, la perseverancia y la calma, el agradecimiento… Y por encima de todo la esperanza. Saber que no estás sola y que mantienes un vínculo que no se rompe con aquellos a quien hoy no puedes abrazar y aprender que a veces vivir quiere decir parar para colaborar en un reto que comparten millones de personas que, como tú, no saben muy bien qué hacer.

¿Perderán el curso? Esta es la pregunta que me ha llevado a sentarme frente a la hoja en blanco. ¿Qué curso? Hablarán de estos días o meses hasta que sean abuelos y abuelas. Y lo que hayan aprendido les fortalecerá para siempre. Somos una escuela de vida, y la vida ha cambiado.

Dejemos ya de pensar en notas y aprendizajes que hoy no resuelven sus preguntas más esenciales. E intentemos descartar la prisa como baremo del crecer. El tiempo nunca se pierde. ¿Por qué no aprovechamos, también familias y maestros, y la sociedad entera, para aprender algo nuevo? Porque, tal vez, si tuviéramos que poner notas, el cero más redondo sería para los adultos que hemos consentido, unos con más responsabilidad que otros, que el mundo se revuelva de esta manera contra una humanidad tan deshumanizada.