Se confirma que el ladrón cree que todos son de su condición. Trump ganó unas elecciones bajo sospecha de juego sucio y ha mal perdido las siguientes acusando de tramposo al adversario.
Hasta en su despedida, Trump se ha comportado como un mameluco. Su ausencia en el juramento de Biden es, por encima de todo, una demostración de cobardía. El fanfarrón ha resultado un miedica que no aguanta la vela cuando el viento sopla en contra.
Su presidencia es historia; pero -digo yo- algo habrá que aprender de tan extrema experiencia. Se me ocurren algunas lecciones. La primera, facilona. Se confirma que el ladrón cree que todos son de su condición. Trump ganó unas elecciones bajo sospecha de juego sucio y ha mal perdido las siguientes acusando de tramposo al adversario.
En mi opinión, en las elecciones de 2016, una buena parte de los americanos escogieron la peor opción de un dilema. Destacan por barulleros los ridículos asaltantes capitolinos, pero esa buena parte incluye a muchos otros que se consideran ilustrados y que auparon a la Presidencia a un fantoche desde sus redacciones, sus cadenas de televisión, sus redes sociales, sus despachos importantones, sus think tanks elitistas, sus sospechosas fundaciones o sus avariciosas empresas que aún no han pillado el alcance de sus responsabilidades.
Trump llegó a la Casa Blanca sin tener ni idea de lo que es, lo que representa y lo que hace un Presidente. Confundía la trascendencia de los actos con la reverberación de sus gestos. Y, en el colmo de la ignorancia, despreciaba la tradición presidencial, el bagaje de conocimientos y costumbres transmitidas y depuradas por los 44 anteriores presidentes. Se ha ido como vino: como una tabla lisa en la que nada hay escrito y sin aportar un ápice a la despreciada tradición presidencial.
El currículo importa. ¡Vaya si importa! A quien busca un puesto de trabajo y al empleador. Antes de «comprar» a un candidato hay que saber lo que ha hecho, deshecho o no ha hecho en lo profesional, desde luego, pero también en lo social y hasta en lo personal. La trayectoria profesional de Trump describía a la perfección lo que se podía esperar de él. Llegó a la Casa Blanca de la nada política, lo que algunos consideraban un asset. Era un especulador de ganancia fácil; apalancado en la ingeniería (de la mala) legal, financiera y fiscal, y fiel a la máxima del empresario insensato: el que venga detrás, que arree.
Hubiera arrasado en cualquier concurso al peor empresario, pero ganó la fama desempeñando el papel de juez histriónico en un concurso de televisión… Fantoche, caprichoso, maleducado, de prontos impredecibles, narciso e insustancial. Aquí el personaje abunda, pero, de momento, ninguno ha intentado el asalto a la política… Antes de Trump sabíamos que ni el currículo más brillante garantiza el éxito de una presidencia; tras él hemos aprendido que la ausencia de ciencia y de experiencia es un camino seguro al fracaso. En lo técnico, en lo político y en lo moral.
Trump ganó las elecciones y ha ejercido la presidencia masacrando a la verdad. Es un mal universal… Su estrategia comprendía hurgar en las fracturas del pueblo estadounidense, confundir el patriotismo con sus ideas y ocurrencias, fulminar a los discrepantes, desacreditar a sus críticos, abusar de los resortes del poder ejecutivo e inmiscuirse lo posible en los otros poderes del Estado. El nacionalismo defensivo y pusilánime que se esconde tras su America First le ha llevado a gobernar desde la inquina, el rencor y la falta de consideración, aprecio y respeto al adversario. Me repito, pero ninguna nación, utopía o proyecto político justifica ejercer el poder con la insultante superioridad moral de quien se siente el oráculo del pueblo. Ni América, ni el Reino de España, ni la república de Catalunya, ni Euzkadi askatuta, ni la república bolivariana.
Por último, la presidencia de Trump nos deja otra lección universal. Las decisiones arbitrarias, caprichosas o injustas de un presidente orate duran lo que su mandato. Biden rehará en cuatro días gran parte de lo que Trump ha destruido en cuatro años. En cuatro meses no quedará rastro legal de las trompadas, pero puede que hagan falta cuatro siglos para que Estados Unidos se recupere de la frivolidad de haber elevado a un fantoche a las alturas de la presidencia.